Una frase que podemos escuchar frecuentemente, para zanjar una discusión. Siempre me ha llamado la atención: perdono, pero no olvido. Es algo que no está exento de cierto cinismo, porque ahí no existe ni olvido, ni perdón de ningún tipo.
En todas las relaciones humanas, profesionales, de amistad, en el matrimonio, no es infrecuente que surjan malentendidos, discusiones y auténticas broncas, a veces motivadas por nimiedades, otras veces por cosas de más calado. Si nos dejamos llevar por nuestro egoísmo, queremos salir siempre victoriosos y lo acabamos todo con la frase recurrente: perdono, pero no olvido, que es una forma de afirmar nuestra posición y dejar al otro en una posición desairada.
Hace tiempo, tuve la ocasión de ver “El mayor regalo”, un documental de Juan Manuel Cotelo, del año 2018, que habla del perdón a través de testimonios de quienes lo han dado y quienes lo han recibido. El objetivo es demostrar que el perdón puede con las situaciones más imperdonables: desde una pequeña rencilla hasta muertes violentas durante una guerra. Aborda la necesidad de los seres humanos de comprenderse, para construir un mundo mejor.
En esa película se recoge el testimonio de la pareja que forman Gaby y Francisco, llevan 32 años casados, tienen tres hijos, y gracias a su larga experiencia, hoy ayudan a muchas parejas en crisis. Su historia se repite con frecuencia. Francisco se encuentra cada vez más enfrascado en su trabajo, un nuevo proyecto en la empresa, mucho tiempo sin vacaciones y sin dedicación a la familia. Ella, con su autoestima baja, rompe con su situación y se lanza al trabajo profesional, para convertirse en la superwoman pensando que eso la hará superfeliz. No tardó en conocer a otra persona, y dijo se acabó. Trabajar, abrir una empesa, viajar por negocios. La reacción de Francisco es afirmar que él se casó para siempre, no puede dejar que la relación se rompa y se dispone a luchar contra todo el mundo para rescatar a su familia. El camino pasa por rezar, peregrina a Medjugorje, reza el Rosario todos los días. Su fe en Dios era lo que le mantenía a flote y sacaba a sus hijos y a él adelante. Se pegó a Dios. “Si mi esposa regresa, un día antes que yo me muera, valió la pena esperar”. Con motivo de la Primera Comunión de su hijo pequeño, ella regresa. Y se queda en casa. El testimonio de Francisco es muy claro: “aquí no ha pasado nada, no hay nada que perdonar, después de 13 años de nuestro reencuentro matrimonial nunca ha habido un ¿por qué te fuiste?”.
El perdón que sale de dentro es algo que solamente Dios te lo puede dar. Pero hay que pedirlo. El perdón de verdad cierra las heridas, no deja rencores, ni espacio para recuerdos inútiles.