¡VIVA LA DIVERSIDAD!

Siempre me han gustado los bosques, pero no esos enclaves artificiales, creados por el hombre, que sirven como viveros, especializados en muy pocas especies. El bosque que me resulta alucinante es el bosque autóctono, en el que se dan cita diversas especies arbóreas y con un rico sotobosque.

Algo así ocurre en las familias, en las que se observan diferentes personajes. Las diferencias dentro de la familia son súper importantes, porque aportan diversidad de perspectivas, ayudan al crecimiento personal y fomentan la empatía.

En las relaciones familiares, la empatía se ve reforzada cuando existen diferencias, porque nos obligan a ponernos en el lugar del otro, a entender sus vivencias y sus emociones. Esto fortalece la conexión, reduce los conflictos y crea un ambiente de mutuo apoyo. Al comprender y valorar esas diferencias, se construye una familia más resiliente y comprensiva.

Esas diferencias permiten que cada miembro de la familia aporte algo único, lo que fortalece los lazos y enriquece la dinámica familiar. Hace años, me llamó la atención uno de mis alumnos en tercero de ESO, bastante inteligente, poco trabajador y con mucha personalidad. Sus padres, con una situación económica desahogada, habían formado una familia numerosa, con siete hijos, el mayor de ellos era mi alumno. Me sorprendí de la situación, pero mi asombro fue aún mayor cuando su madre me dijo: “Nosotros educamos a todos nuestros hijos como hijos únicos”. Un planteamiento muy atractivo e interesante: cada uno como si fuera hijo único, el que me interesa en ese momento, al que valoro por encima de todo.

Para eso, sobran las comparaciones entre los hermanos. Comentarios que puedan dejar mal a uno, “fíjate en tu hermana, como ha dejado ordenada la habitación, y tú, ¿qué me comentas? aprende un poco de ella” y así entre ironías, comparaciones y burlas, dejamos de educar en la virtud del orden. Cada uno es un tesoro, que hay que descubrir y potenciar, sin caer en los estereotipos y en las fijaciones de lo que yo hacía a tu edad y cosas similares. Saber descubrir y potenciar las genialidades de cada de cada uno, que seguro que las hay.

Podemos vivir y valorar estas diferencias en otros ámbitos, distintos del familiar. Estoy harto de amigos como yo, para eso no hace falta irse muy lejos, basta mirarse en el espejo, esbozar una sonrisa y eso hasta las últimas consecuencias. 

Tenemos que esforzarnos por comprender a los demás, para eso no es suficiente con oír sus argumentos, es necesario una escucha empática, ponernos en lugar del otro, pero no para corregir y dar consejos, simplemente para hacernos cargo de sus problemas, sus incertidumbres, sus angustias y sus alegrías. Ponernos en su lugar con todas las consecuencias. Escribe contra los tuyos y descubrirás que se parecen bastante a los otros. Da la razón a los otros en lo que creas que la tengan, y descubrirás que son como los tuyos. En fin, para aliviar la ansiedad y la hostilidad políticas, no hace falta que cambiemos de postura, sino solo que salgamos de nuestra burbuja.

Hemos de valorar las diferencias de los demás y tener el coraje de ser nosotros mismos, sin tener miedo a mostrarnos tal como somos, siempre, aunque nos cueste. Benedicto XVI exhortaba a los jóvenes: “No tengáis miedo de ser diferentes y de ser criticados por los que puede parecer perdedor o pasado de moda: vuestros coetáneos y también los adultos, especialmente los alejados del Evangelio, tienen profunda necesidad de ver a alguien que se atreva a vivir de acuerdo con la plenitud de humanidad manifestada por Jesucristo. Entrad en diálogo con todos, pero sed vosotros mismos”. Pienso que esto es perfectamente aplicable para los jóvenes y para todos.

Encontrarnos personas diferentes no es algo simplemente tolerable, que no hay más remedio que aguantar para evitar un mal mayor. Es fantástico, porque nos ayuda a crecer personalmente, y a dar gracias a Dios por esa diversidad enriquecedora. Para ello, podemos marcarnos algunos objetivos:

1. Ser constructores de puentes: esas personas que trabajan para conectar y fortalecer la comunicación, el entendimiento y la empatía entre los miembros de la familia. Son los que, muchas veces de modo inadvertido, promueven la armonía, que están allí a la hora de resolver pequeños conflictos, y que apoyan un ambiente de apoyo y confianza. 

2. Esforzarnos por comprender a los demás. Hoy día, sin darnos cuenta, eliminamos de raíz el derecho que tienen los otros a discrepar, a ser diferentes y tener sus propias posiciones contrarias e, incluso, opuestas a las nuestras.

Quien vive cerrado en un dogmatismo político, cultural o ideológico, fácilmente menosprecia al que discrepa, descalificando todo su proyecto y negándole competencia e, incluso, honestidad. Entonces, el adversario político o ideológico se convierte en enemigo personal. La confrontación degenera en insulto y agresividad. El clima de intolerancia y mutua exclusión violenta puede, entonces, conducirnos a la tentación de eliminar de alguna manera a quien se nos presenta como enemigo.

3. Valorar el pluralismo. En nuestra vida no encontramos dos almas iguales. Todos procuramos amar a Dios, pero con estilo y personalidad propios, sin imitar a nadie.

4. Cultivar las virtudes de la convivencia. No perdamos la paz, ni el buen humor. Y para eso, cuidemos la presencia de Dios. Y en el día a día, hemos de descubrir qué podemos esperar y qué podemos pedir a cada uno, que no será a todos lo mismo. Pedir a Dios el don de la oportunidad. Pequeños cambios pueden marcar una gran diferencia: apaga la ubicación del móvil de tu hijo, o quítaselo directamente; a otro déjale ir a por el pan, mándale en bici a casa de la abuela; deja que el mayor se encargue unas horas de los pequeños, dale permiso para ir al cine a ver una película solo con sus amigos, ponle a cargo de la cena una vez a la semana; dile a otro “lo superarás” cuando esté frustrado y pasa a otra cosa. Y todo con alegría: eficaz caldo de amplio espectro frente a los estados de ánimo debilitados.

5. Ejercitarnos en el agradecimiento. La gratitud no es una virtud muy vivida o habitual, pero es, en cambio, una de las que se experimentan con mayor agrado. En primer lugar, agradecimiento interior por los beneficios recibidos; segundo, dando gracias a Dios con la palabra, y, en tercer lugar, procurando recompensar al que nos ha hecho un favor.

Las relaciones familiares son como la música, porque una nota sola, pues suena la nota y ya está. Me gustaría que a través de mi trabajo, de mi pequeña aportación al hogar, hacer que cada nota, se sienta unida a otras notas, formando esa sinfonía. Y que se cree esa familia. Que hace que todos se sientan a gusto en esta familia. Y el hilo conductor de esas relaciones personales es la amabilidad, que pone a cada uno en su sitio y genera buen ambiente, lo que se suele decir buen rollo. Nadie es un fracaso real y absoluto. Solo hay un verdadero fracaso: la persona que no es fiel a lo mejor de sí misma.

ALBERTO GARCÍA

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