Hace algún tiempo, me encontraba en una terraza singular de la inigualable Piazza Navona. En la mesa de al lado un matrimonio joven hacía lo imposible por controlar a su hijo, que no paraba quieto. Pasaba el camarero con la bandeja llena de capuccini, el niño se agitó, y la bandeja voló por el aire. Consternación entre la gente. La madre sonrió y dijo: “No lo ha hecho a propósito”.
Cuántas veces hemos oído aquello de que el amor es ciego. Es ciego, pero no es sordo. Una buena relación, ya sea de amistad, de amor, siempre comienza por saber escuchar. Pero no una escucha de cualquier modo, no es simplemente oír, es mucho más. Y son palabras de la Sagrada Escritura las que nos dicen: “cuando escuches alegrías, regocíjate; cuando escuchas tristezas, reflexiona”.
La escucha lleva de la mano a la comprensión, a ponernos en el lugar del otro. No podemos escuchar como el que oye llover. Eso sería tanto como meter el corazón en una cámara frigorífica. Una manifestación clara de la escucha empática es la comprensión, la disculpa.
Los novios, los esposos se ayudan a comprender maneras de ver la vida diferentes. Eso supone un enriquecimiento para nosotros, nos quita la miopía con la que veces vemos las cosas. Cada uno es como es. Si todos fuésemos del Real Madrid, fanáticos de U 2, y votásemos al mismo partido político, esto sería un rollo. Comprender a tu pareja es reconocerla y afirmarla cómo es. Y esto se aplica muy claramente en el matrimonio: “Quieres a tu mujer con sus defectos” preguntaba San Josemaría. Y concluía, “pues si no, no la quieres”.
Y después de la escucha y la comprensión, viene el perdón. Porque todos cometemos errores y maldades. Y el que esté sin pecado, que tire la primera piedra. Si nos quedamos anclados en resentimientos y amarguras, no solo perdemos a los amigos, a los parientes, a la parienta, a los colegas y a los vecinos, nos perdemos a nosotros mismos. El querer afirmar nuestro yo, por encima de todo, y no dar nuestro brazo a torcer supone una torpeza mental considerable, que nos llevará primero a la rutina, y después al invierno afectivo más profundo. Si queremos construir una relación que dure, no podemos olvidarnos de esa gran capacidad que tenemos que potenciar: saber perdonar.
Es tanto como una declaración de amor. Y es que un esposo, una esposa, es eso: alguien que sabe todo sobre ti y, a pesar de todo, te sigue siendo fiel.
Escuchar, comprender, perdonar. Tres fases en la construcción de una auténtica y verdadera familia.
Alberto García Chavida