Para amar antes hay que conocer a la otra persona. No se ama lo que no se conoce y, por supuesto, no se puede conocer a quien no amamos. Por eso, antes de lanzarnos a una relación profunda, debemos dedicar tiempo a conocernos. Y en ese conocimiento surgirán numerosos desafíos, grandes y pequeños que hemos de tratar sin miedo.
Mariolina Ceriotti en su libro “Cásate conmigo… de nuevo” describe algunos de los desafíos de la vida en común:
Uno de ellos podría ser el simple hecho de la interdependencia recíproca: es decir: ¿cómo se aprende a funcionar juntos? En especial, para las personas que están acostumbradas a vivir solas, puede resultar muy difícil comenzar a coordinarse con otra persona en el día a día. En este punto habrá que encontrar el justo equilibrio entre ceder y conceder, con la delicadeza que merece el respeto a la libertad de la otra persona.
Otro aspecto a tener en cuenta podrían ser las expectativas sobre cómo manejar las responsabilidades en el hogar, ahora que empezamos a acostumbrarnos al 50%, reparto equitativo tanto en lo económico, como en las tareas del hogar o en el uso del tiempo libre que pueda tener cada uno en los distintos días de la semana.
Cada vez que escucho esto en las conversaciones con amigos o compañeros de trabajo, me recuerda más a cuando compartía piso en mis primeros años de trabajo; todo a medias, y si me olvidaba fregar los platos, allí me esperaban prudentemente al día siguiente asomando en el fregadero.
Lejos de comparar el amor de dos personas con la experiencia de dos compañeros de piso, me aventuro a descubrir que el secreto está en dejar de conjugar el yo para pasar al nosotros, cambiar lo mío por lo nuestro; siendo esta la señal más concreta y tangible de que hemos alcanzado realmente la confianza en el para siempre de nuestra relación.