Pensar en positivo

El optimismo es una manera positiva de percibir la realidad. Ser una persona optimista es algo que se aprende con el tiempo, es una tarea personal y artesanal. ¿Cómo podemos definir este concepto de manera amplia? El optimismo es una actitud caracterizada por la tendencia a ver lo positivo más que lo negativo y a esperar lo mejor, a pesar de las apariencias. Intentaré explicar la definición que propongo. Es, ante todo, una actitud, lo que significa una disposición, una forma habitual de reaccionar ante algo, como una postura o un gesto. No es algo genético, sino adquirido. No está en nuestro equipaje hereditario, sino que se alcanza mediante esfuerzos repetidos.

La palabra «tendencia» expresa una inclinación que se aprende y nos lleva de la mano a descubrir lo que está debajo de las apariencias. Hay cosas que se ven claramente, pero otras se esconden y se camuflan, y es necesario un trabajo de espeleología para perforar la superficie y llegar a la profundidad. Es desvelar lo oculto. Pensemos en tantas circunstancias de la vida cotidiana donde aparece el fracaso, un problema económico grave, una enfermedad, una humillación pública… La lista de experiencias negativas es interminable. El optimismo nos lleva a descubrir lo positivo en todas estas experiencias.

Pero, ¿cómo podemos aprender a pensar en positivo? ¿Qué hacer para educar nuestra mirada psicológica para que se detenga más en lo bueno que en lo malo? Se trata de una educación de la mirada psicológica que anota lo negativo y lo positivo de cada circunstancia, pero sabe quedarse más con lo segundo, y eso le lleva a pensar que aquello puede y debe cambiar. Y pone los medios adecuados para intentarlo, a pesar de las dificultades.

Uno de los padres de la Psicología Positiva es Martin Seligman, quien ha dedicado su vida a esta corriente y subraya que el optimismo es una pretensión que se alcanza teniendo la idea de que todo puede mejorar, por muy adversos que sean los acontecimientos personales. De hecho, ningún pesimista ha investigado nada a fondo ni ha sido capaz de embarcarse en descubrir algo que ayude al ser humano a mejorar en la ciencia, la medicina o la tecnología. El optimista propone soluciones, busca alternativas, se adentra en lo sucedido buscando un atajo que lo lleve a un paisaje mejor.

No olvidemos que nuestra primera aproximación a la realidad es afectiva. Lo decimos claramente: me gustó aquel sitio, esa persona no me cayó bien, etc. Dicho de otro modo, los sentimientos influyen en nuestra forma de pensar. Esto lo saben bien los psicólogos y psiquiatras. Cuando nos sentimos bien, vemos las cosas de otra manera. Hay una parte de nuestro cerebro que regula las emociones y modifica la forma de organizar nuestras ideas.

Quiero concretar algunos argumentos para enseñar a tener un pensamiento más positivo.

Debajo de los acontecimientos negativos, se esconde una carta buena que cada uno debe descubrir. Hay que adentrarse en ese pasadizo y llegar a ese punto luminoso. Se necesita querer y paciencia. Lo primero es determinación; lo segundo, saber esperar y continuar. Hay que levantar la mirada, dejar lo inmediato por lo mediato. La respuesta está en la lejanía. Hay que tener una visión a largo plazo. Así, derrotas fuertes pueden convertirse en auténticas victorias con el tiempo. No quedarse en el hoy y el ahora. El cortoplacismo no es buen camino. Vamos al medio y largo plazo. Esa es la mirada inteligente. Hay que aprender a crecerse en las dificultades. El pesimista alberga dos notas fundamentales: el derrotismo, que es adelantarse en negativo, pensar que las cosas saldrán mal; y el victimismo, creer que uno siempre sufre daños y es perjudicado. El optimista es un luchador nato. No se viene abajo cuando las cosas se ponen difíciles o no salen como esperaba. La perseverancia le ayuda a luchar, esforzarse, insistir, volver a empezar, levantarse. Es el tesón el que tira de él, el empeño por no darse por vencido. Como dice Unamuno en su Diario íntimo: «No darse por vencido, ni aún vencido, no darse por esclavo, ni aún esclavo». Si esto se practica poco a poco, gradualmente, se convierte en una segunda naturaleza. El pesimismo goza de un prestigio intelectual que no merece. Hay dos piezas clave en el puzle de la ingeniería de la conducta: la confianza y la seguridad en uno mismo. Así, somos enanos a hombros de gigantes.

La vida es como la navegación a vela. El pesimista se queja del viento. El optimista espera que cambie. Y el realista ajusta las velas.

El optimismo es el arte de vivir con esperanza.

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