“Para que una relación dure hay que quererla de verdad”

(Ref omnesmag.com)

Con títulos a sus espaldas como “La pareja imperfecta”, “Cásate conmigo… de nuevo” o “Padres e hijos”, y de las numerosas conferencias que cada año pronuncia por todo el mundo, la italiana Mariolina Ceriotti, neuropsiquiatra infantil, y psicoterapeuta para adultos y parejas, es una de las autoras más reconocidas en el ámbito de las relaciones familiares y especialmente, matrimoniales. 

Ceriotti habla con Omnes, en esta entrevista, de la compleja realidad de las relaciones matrimoniales y algunos puntos de “tensión” que toda pareja experimenta a lo largo de su vida en común.

Antes de hablar de matrimonio tenemos que detenernos en el noviazgo, a veces un “gran olvidado”. ¿Cómo se lleva a cabo una buena preparación al matrimonio?

– A nivel psicológico, creo que lo más importante hoy en día a la hora de prepararse para el matrimonio es reflexionar para comprender bien el significado de la promesa que uno va a hacer.

Con el matrimonio, no prometemos a la otra persona sentir el mismo sentimiento “enamorado” para siempre; en cambio, prometemos una presencia que pueda resistir los embates de la vida. 

Las emociones y los sentimientos son algo cambiante, que no podemos controlar simplemente con nuestra voluntad; por tanto, debemos prever con realismo que hacia la persona que hemos elegido y amamos sentiremos muchos sentimientos encontrados a lo largo del tiempo; a veces, inevitablemente, incluso negativos, porque en la vida en común las diferencias son, para todos, una fuente potencial de fatiga y conflicto.

Con el matrimonio, nos prometemos mutuamente que, incluso en los momentos en que los sentimientos luchen por sostenernos, en los momentos en que nos costará llevarnos bien y tendremos la tentación de abandonar, en cambio estaremos ahí y lucharemos por encontrar todo lo bueno de nuestra relación.

Pero para poder hacer una promesa tan exigente, es necesario comprender y reconocer que el otro -incluso con sus inevitables limitaciones-, es una persona verdaderamente “única”. El otro representa nuestro desafío existencial, el que necesitamos para llegar a ser plenamente nosotros mismos. Para un creyente, el otro es la persona “elegida para mí”, y forma parte integrante de mi vocación.

La seriedad de esta promesa es la única garantía en una relación sin garantías. En el matrimonio, realizamos un acto de confianza mutua sin precedentes, porque le decimos al otro: “Me confío a ti porque confío en tu promesa”.

Esta confianza es incondicional y sin garantías; es un don gratuito, el verdadero y gran don del matrimonio.

Por tanto, para prepararse bien al matrimonio, hay que reflexionar seriamente sobre el alcance de esta promesa, que nos entrega el uno al otro. Por supuesto, no es algo que pueda comprenderse de una vez por todas… pero es de gran importancia porque representa el corazón y la especificidad de la relación conyugal.

¿Es cierto que cada cinco años se produce un punto de inflexión en la vida matrimonial?

– No creo mucho en este tipo de estadísticas, pero, desde luego, el matrimonio no es una relación estática, porque se trata de mantener una relación entre dos personas que cambian y evolucionan con el tiempo.

El reto del matrimonio es encontrar continuamente un equilibrio entre la continuidad y el cambio. Cada uno de nosotros, aunque estemos en pareja, es portador de una vocación personal y es justo que nos esforcemos para que nuestros talentos florezcan y sigan creciendo con el tiempo. Yo cambio y el otro cambia: no debemos aprisionarlo en la relación, sino intentar convertirnos en aliados, arrimando el hombro por él y por su éxito humano, profesional, espiritual. Para que cumpla su vocación y llegue a ser la hermosa persona que es.

En el desarrollo concreto de la vida, para que ambos crezcamos de verdad, a menudo serán necesarias adaptaciones y a veces incluso renuncias por parte de uno u otro, pero en el marco de la alianza podremos vivir las distintas opciones de forma positiva, tomando juntos las mejores decisiones.

¿Qué aportan el hombre con su masculinidad y la mujer con su feminidad a la relación conyugal?

– Es difícil dar una respuesta a esta pregunta, porque la masculinidad y la feminidad se declinan de forma personal y diferente en cada uno de nosotros.

En términos generales, la masculinidad plenamente desarrollada lleva al hombre a la competencia paterna, del mismo modo que la feminidad predispone a la mujer a la competencia materna. 

Lo maternal y lo paternal representan el máximo desarrollo de lo femenino y lo masculino; son dimensiones que requieren superar la posición narcisista, porque implican ampliar el propio centro de gravedad, para ocuparse también del bien del otro.

Si desarrolla la competencia materna, la mujer aprende a ser acogedora, a cuidar del otro como persona, a ocuparse concretamente de él, a proteger sus vulnerabilidades. Si desarrolla la competencia paterna, el hombre puede utilizar sus habilidades y su fuerza para promover generosamente el bien del otro, para animarle y apoyarle, para fomentar su crecimiento sin miedo a la rivalidad. 

Las competencias paterna y materna que sabemos desarrollar en nosotros nos hacen generosos y atentos con el otro, no sólo hacia los posibles hijos, sino también en nuestro trabajo y en la pareja: nos ayudan a ocuparnos concretamente del otro, yendo más allá de nosotros mismos y de la satisfacción de nuestras necesidades.

La llegada de los hijos es un pequeño “terremoto” en la vida de toda familia. ¿Qué hacer para que la paternidad/maternidad no sustituya a la vida conyugal?

– La llegada de un hijo, aunque sea deseado, no es un reto fácil, sobre todo para la mujer. El hijo nos une de una manera poderosa y a menudo desafía nuestras prioridades; su nacimiento es una gran alegría, pero también es algo que genera discontinuidad en nuestras vidas y nos pide encontrar nuevos equilibrios. Si para los padres el nacimiento de un hijo es ante todo una complejidad organizativa que hay que afrontar y resolver, para las madres el hijo representa una revolución copernicana, que va mucho más allá de las cuestiones organizativas. Es necesario comprender esta diferencia entre lo masculino y lo femenino si no queremos que surjan tensiones excesivas en la pareja tras el nacimiento de un hijo.

La madre necesita tiempo para encontrar un nuevo equilibrio y distribuir sus energías de la forma que considere más adecuada para ella, y necesita que su marido la apoye en esta búsqueda con paciencia, que sea capaz de escuchar sus angustias sin querer sustituirla ni meterle prisa. Más que “soluciones” preestablecidas, la mujer en esta fase de su vida necesita que el padre del bebé la escuche de verdad….

Pero también es necesario tener siempre presente que la mejor garantía de bienestar para nuestros hijos es que la relación de pareja sea lo más estable y rica posible; para que esto sea posible, debemos cuidarlos siempre, sin olvidar que el “nosotros” de la pareja debe cultivarse, manteniendo viva la comunicación, la sexualidad y el compartir intereses y momentos vitales, aunque haya hijos.

Usted habla mucho de “imperfecto”, ¿existe la idea errónea de que el matrimonio perfecto no tiene problemas?

– El límite es la figura normal del ser humano, y con el límite está por supuesto la imperfección. No se trata de “conformarse”, sino de aprender que en las relaciones siempre son necesarias la paciencia y el buen humor, que permiten desactivar muchas situaciones de cansancio o conflicto y volver a empezar.

El amor puede volver a empezar cada día: reconocer que todos somos un poco imperfectos no es una excusa para adaptarnos o para imponer nuestros defectos a los demás, sino una forma de reconocer que las dificultades son inevitables para todos, y que la presencia de malentendidos y cansancio no significa en ningún caso fracaso o falta de amor.

En Occidente, casi el 40 % de los matrimonios acaban en ruptura. ¿Qué está pasando?

– Lo que ocurre es que ya no somos capaces de comprender la belleza potencial de una relación para siempre.

El matrimonio es una aventura extraordinaria, que implica todas las dimensiones de la persona: su cuerpo, su historia, sus pensamientos, sus planes, sus relaciones. Es una aventura que requiere valor, creatividad, paciencia, buen humor….

Es como leer una novela valiosa: hay páginas que te envuelven, te entusiasman, te emocionan y que no querrías que acabaran nunca, pero también hay páginas aburridas que te gustaría saltarte; hay páginas que te hacen reír y otras que te hacen llorar. Pero para comprender realmente la belleza del libro, su riqueza, su mensaje, tienes que llegar a leerlo hasta el final.

Hoy en día, la mayoría de la gente prefiere la dimensión menos exigente del relato corto, para evitar la fatiga de las páginas más exigentes… Pero no se dan cuenta de cómo esto empobrece sus vidas.

¿Es más difícil hoy en día llevar un matrimonio para toda la vida que en el pasado?

–No creo que sea “per se” más difícil llevar adelante un matrimonio para toda la vida, porque las relaciones siempre han sido algo complejo. Hoy, sin embargo, tenemos la posibilidad de romper el matrimonio muy fácilmente, y eso hace necesario que el hombre y la mujer tengan una mayor conciencia, una voluntad más clara. 

En el pasado, si algo no funcionaba, no era tan común que las personas trabajaran en su relación para mejorarla: a menudo la idea era adaptarse, aguantar, cargar con la cruz…

Hoy en día, si algo no funciona nos encontramos más claramente en una encrucijada: podemos poner fin a la relación o, si queremos, podemos intentar relanzarla, posiblemente con la ayuda de otra persona. La posibilidad real de separarse hace más clara la posibilidad de una elección y, por tanto, invita más claramente a adoptar una postura.

A la pregunta ¿qué hace que un matrimonio dure?, la respuesta es, por tanto, que la primera condición para que una relación dure para siempre es, sencillamente, quererla de verdad…

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