Nacemos para ser felices, y la clave está en amar, sentirse queridos y tener un proyecto de vida claro, coherente con el proyecto profesional. La actividad profesional no debe ser prioritaria en la vida de una persona, y la coherencia puede implicar sacrificios como retrasar ascensos o aceptar una menor retribución económica. Aunque estas consideraciones se refieren a las relaciones matrimoniales, también se aplican a las relaciones entre amigos o compañeros de trabajo.
Para la mayoría, el amor se concreta en una persona con la que se decide iniciar un proyecto de vida en común. Este proyecto requiere esfuerzo, compartir tiempo, buscar momentos de intimidad, comunicarse, quererse y tener detalles. Es fundamental aceptar a la otra persona con sus virtudes y defectos, y salir del «yo» para ser un «nosotros».
Los esposos deben armonizar muchas cosas (caracteres, costumbres, decisiones sobre trabajo, gastos, educación de los hijos, reparto de tareas, etc.). No se trata de suprimir las diferencias, sino de saber armonizarlas, como en una melodía. Para conseguir la paz familiar, es necesario dialogar habitualmente y aprender a discutir de manera constructiva, evitando que las discusiones trasciendan a personas ajenas, especialmente a los hijos.
¿Cómo se logra esto? Aprendiendo a decir las cosas adecuadamente y, sobre todo, sabiendo escuchar con cariño y atención. Es importante conocer nuestras limitaciones y las de nuestra pareja, compartiendo tiempos y sabiendo que somos diferentes pero complementarios.
Es esencial aprender a decir las cosas con cariño y respeto, saber pedir perdón y perdonar, y dedicar el tiempo necesario a la relación. Las relaciones humanas, incluidas las de pareja, mejoran con tiempo y muestras de cariño. Aprender a discutir e intercambiar opiniones, incluso contrarias, ayuda a querer cada día más y mejor a la persona con la que se discute, facilitando así la paz familiar.