Si hay algo que tengo claro desde que comencé esta aventura de saciar tus inquietudes es, que uno de los indicadores de que esa persona con la que sales es para ti, es porque te ayuda a descubrir tu mejor yo. Y la otra, te guste o no, es que somos seres libres y en ese don y gratuidad de lo que somos, no podemos conocer el futuro, y casarse, es decir un SÍ alto y fuerte, es una apuesta, una auténtica aventura.
El matrimonio es una meta pero al mismo tiempo, es un punto de partida, en el que seguís creciendo y tendréis que posponer proyectos, reordenarlos e incluso a veces, priorizar los de tu cónyuge sobre los tuyos. ¿Por qué? Porque pensáis en un nosotros que prioriza y da más sentido al yo.
Por eso, el noviazgo es el itinerario perfecto para apoyaros mutuamente, para soñar y quedaros cortos, hacer proyectos en común, personales y profesionales. Como afirma Jesús María Silva Castignani en su libro “Novios con futuro” las personas somos criaturas procesuales, es decir en un continuo proceso que nos va transformando a lo largo de la vida, para llegar a ser las personas que estamos llamadas a ser.
Y para los que somos creyentes, si me permitís (con respeto absoluto a quien no lo sea) mi novio/a es la persona que Dios ha puesto en mi camino para llegar a la plenitud de mi vocación y juntos, algún día ganar la mayor grandeza y felicidad que existe: el cielo.
Pero todo, todo eso está por escribir en la infinita capacidad de crecimiento y posibilidades que comporta la persona humana; en esa obra de arte que somos, la criatura más bella del universo. En proyecto. Y un pálido reflejo del amor divino es cuando un chico mira a una chica, y reconoce en ella a la persona con la que querría envejecer.
Y a partir de ahí, proyectos personales conjugados con proyectos en común, futuros hijos, casa, cambios de trabajo, enfermedades, crisis… En definitiva: la aventura de vivir. Pero déjame decirte una cosa; para vivir, hay que aprender a mancharse las manos de barro.