Escuchar no es lo mismo que oír. Aunque parezca que siempre estamos escuchando, en realidad solo lo hacemos activamente cuando prestamos atención a lo que nos dicen. Escuchar implica respeto, comunicación y amor. Jaime Sanz Santacruz, en su libro «El valor de la escucha para el buen gobierno» (Editorial Palabra), defiende que la escucha solo trae beneficios y nos anima a aprender más de lo que escuchamos, escuchar más y preguntar la opinión de los demás.
Escuchar activamente significa interesarse genuinamente por lo que nos dicen, a diferencia de oír sin prestar atención. Esta actitud demuestra humildad y deseo de aprender del otro. La clave para instaurar una cultura de la escucha radica en una buena comunicación: ser concretos, comprensivos y abiertos a cambiar nuestra opinión.
La escucha activa mejora la convivencia y las relaciones personales, creando un ambiente de serenidad y enriquecimiento mutuo. La empatía es esencial para entender mejor a los demás y comunicarse de manera efectiva. Las personas empáticas se comunican mejor porque entienden y transmiten claramente sus ideas.
Un buen líder es accesible, comunicativo y abierto a las opiniones de los demás. En una organización, cuando los líderes son cercanos y valoran las opiniones de su equipo, se crea un ambiente de identificación y compromiso con el propósito de la organización.
Para mejorar nuestras habilidades de escucha desde la infancia, es fundamental atender a lo que nos dicen. Los niños responden mejor cuando nos ponemos a su altura, tanto física como emocionalmente. Sentirse escuchado es sentirse querido, lo cual es esencial en la educación de los más pequeños. Escuchar es una forma de amar.